El crepúsculo seco del otoño atraía una marea de recuerdos blanquecinos que, desde la existencia de la Luna, están disueltos en una memoria que no entiende sino de guardar diluvios estridentes. Era también en la neblina espesa de las sombras, con sus reflejos sobre los charcos que estrena el invierno, donde se sumergía esa incontrolable nostalgia difusa. Y, sin reparo, a estos tornados apacibles les azotaron vientos danzantes de júbilo.
Me lanzaba decisiones instantáneas llenas de recelo. Recelo por el eterno autoengaño efímero de mi incompetencia irracional. Quemé el hastío distante que me ataba, pero nunca di tregua al crepúsculo seco del otoño que atraía una marea de recuerdos blanquecinos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario