viernes, 22 de marzo de 2013

Cristal roto


Ayer me despertó el sol a las doce y media y ni siquiera él pudo quitarme las sábanas. Así, seguí en máxima armonía. Dulce sueño del que disfrutaba. Luego, empecé a estudiar ciencias y me sorprendí al descubrir que sí me gusta colarme en el mundo de los riesgos naturales.

Entonces fue cuando, como de costumbre, mataba los nervios botando el pie sobre el suelo. La pierna no se podía detener.

Hace 30 años que John Lennon murió. Siempre he querido sentir rabia en vez de tristeza cuando me vengo abajo. Y con los Beatles todo es felicidad: me refugio en el Yellow Submarine cuando hay problemas, Strawberry fields es el único lugar donde no se produce actividad sísmica. Ellos crean un mundo de fantasía en el que te sientes seguro. La muerte de Lennon da que pensar. Pensaba en Yoko Ono, en Julian, en su madre, en su temprana orfandad, en su "tardía" demostración de talento, en su infancia... Él quería descartar una de las opciones:


O soy un genio o estoy loco.

Mi cabeza era un ciclón en el que giraba la lluvia de pensamientos.

Al día siguiente, examen de ciencias.

Las horas desbordantes de colchón, los nervios y John Lennon fueron razones suficientes para saber que, otro día más, me quedaría sin dormir. Era como un castigo, sabía que lo que hacía previamente a cerrar los ojos estaba mal y aún así, no pude resistirme. Sabía que era culpa mía.

El silencio tendido del techo que llenaba todo el salón no contrarrestaba los motivos. Aunque solamente ayer no había voces endurecidas pegándose, no pude pegar ojo. Otra vez, Lennon marcado por los saltos de mi pierna derecha. Después, me fui a la cama por hacer algo. Encendí el móvil para ver la hora: las 3 y 6 minutos, como siempre (por casualidad, miro la hora a la misma hora). Me levanté en la eterna oscuridad que regala la noche y la envía a casa, como si fuera una carta para prepararme un vaso de agua hirviendo y tres sobrecitos (de tila, de naranjo y de hierba luisa).

Acto seguido, como siempre, me tumbé en el sofá y ahora sí estaba tranquila. Era la única habitante. Pero no me dormía. Otra vez, reparé en que la fitoterapia no funciona. Y empecé a derramar lágrimas microscópicas, como suele ocurrir, por la desesperación. Me subía por las paredes, me tiraba del cuello de la camiseta, me mesaba el cabello, me limpiaba la cara con la mano, quería romper la manta. Procuraba no despertar a nadie. ¿Quién se merece mi desgracia si yo soy la única culpable? No quiero llamar la atención.

Las 4 y 10 aproximadamente. (La vista nublada no me permitía la precisión.) Dudé, como era de costumbre. Sin embargo, esta vez estaba decidida al final, aunque el instinto era el que llevaba las riendas de mi espíritu. Me levanté rápidamente casi sin poder. Y, lentamente para no hacer ruido, me acerqué al mueble rey del salón. La luna guiaba mis dedos cuando empecé a palpar, hasta que toqué el cristal frío. La agarré muy fuerte para asegurarme de que no cayera. La llevé hasta la mesa pequeña con mucho mimo. La abrí y tragué desesperadamente de la botella de Baileys. Una bola de fuego yacía en el subsuelo de mi garganta como un huevo vertiéndolo en la sartén. Seguí bebiendo pausadamente hasta no ver por el ciego. Mi faringe incandescente se dilataba rápidamente. A partir de entonces, no sé qué coño pasó. Creo verme llorando en el balcón sin importarme lo que puede dañar el frío en este tiempo. Pero es sólo una suposición.

De lo que sí me acuerdo es de despertarme en la cocina. Tirada en el suelo, muy cerca de la silla. Abrí los ojos y después de segundos arrastrados, me pregunté cómo y por qué estaba allí. Me levanté inmediatamente al sentir unas ganas increíbles de ir al servicio. Sin mirar el reloj, corrí (en silencio, por supuesto) hasta que llegué al váter. Vomité hasta atrancar la tubería. Me quedé a gusto. Ahora sí sabía que iba a dormir. Y, dicho y hecho, hoy me he despertado (una acción importante, ya que pocas veces lo hago. Normalmente la noche se conecta con el día y yo soy espectadora) y he ido al instituto. Me duele la cabeza a reventar y me he pasado el día pensado en lo que había hecho. Yo soy la culpable y no me arrepiento. ¿A caso no dormí gracias al alcohol? La gente tendrá que entender que, cuando hay desesperación, es normal que recurramos a lo eficaz. La música es el único elemento que nos entiende en cualquier caso; pero no busco comprensión, sino algo que trabaje conmigo para alcanzar un objetivo propuesto. He llegado a todas estas conclusiones.

Es obvio que esta noche tampoco dormiré porque las neuronas no pueden desconectarse.

(09/12/2010)

Nota: Aunque esté basado en hechos reales, lo de que bebí alcohol es totalmente inventado. No quería desvelarlo; pero prefiero que ningún conocido mío se preocupe por mí como hizo mi hermano cuando lo leyó. Hala, mi texto ya ha perdido la gracia por culpa de esta aclaración.

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